Bobbi Brown la antidiva de la moda

La reina de la cosmética conquista internet con sus trucos de belleza. Empezó maquillando a sus muñecas y a su perro.

Todo resulta natural en Bobbi Brown (Chicago, 1957). Es igual que el tono de sus maquillajes, con los que subraya los rostros y labios de millones de mujeres de todo el mundo y con los que se ha labrado una fama mundial. La gurú de la belleza es la antidiva de la moda. Nada suena artificioso en esta empresaria multimillonaria hecha a sí misma y que acaba de conquistar internet como directora de la revista ´Yahoo Beauty´. Brown enseña «trucos y habilidades» e invita a las mujeres a que entren en la red para que encuentren ideas sobre cómo estar más guapas y sentirse mejor. «El secreto de la belleza es simple: ´sé tú misma porque no puedes ser quien no eres´». Por sus manos han pasado desde grandes estrellas de Hollywood, como Katie Holmes, la exmujer de Tom Cruise, a supermodelos como Irina Shayk, la expareja de Ronaldo.

Sin embargo, nunca le ha temblado el pulso ni se ha dado la menor importancia. Tampoco se derrumbó cuando de niña su madre le aconsejó operarse la nariz para parecer aún «más impresionante. Ese fue un punto importante para mí, porque comprendí que las madres no deberían decirle nunca a sus hijas lo que tienen mal de su físico, porque pierden la confianza en sí mismas». No fue su caso. A la vista está que se salió con la suya, porque su madre todavía «sigue pensando que debería haber pasado por el quirófano». Entonces y ahora, Brown jamás se ha dejado llevar por los destellos del éxito rápido y el dinero. «Cuando salía de casa estupenda y luego me encontraba en los estudios con Linda Evangelista, Christy Turlington o Cindy Crawford y me miraba en el espejo, tenía dos opciones: o pegarme un tiro o simplemente no entrar mentalmente en ese juego», argumenta.

En realidad, Brown nunca ha dejado de ser una niña. Más allá de su pequeña estatura -apenas mide 153 centímetros, pero se siente «realmente alta» comparada con los 144 de su abuela, a la que consideraba la «reina de la sencillez»-, ha convertido los juegos infantiles en su profesión. Nacida y criada en unos suburbios de Chicago, la mayor de tres hermanos siempre tuvo muy claro lo que sería de mayor. Mientras su madre preparaba la cena, ella jugueteaba con su caja de pinturas y se entretenía maquillando a sus muñecas y al perro. «Sólo le puse un pequeño colorete y no le dio ningún sarpullido ni nada parecido». Como en la época del instituto andaba algo desorientada, fue su madre, otra vez, la que le sugirió que se dedicara al maquillaje. Y vaya si lo hizo.

Su primer trabajo tuvo tela. Simuló llenar de cardenales los rostros de un par de actores metidos en la piel de adolescentes castigados por el alcohol. Cumplió con creces, aunque, como con aquellos trabajos no le llegaba para pagar el alquiler de su apartamento de Boston, tuvo que meter horas como camarera. Ahí aprendió el secreto del negocio: «Descubrí que hay que ser amable con todo el mundo, pues nunca sabes por lo que está pasando cada uno». Esta es una de las «improntas» que, a su juicio, diferencia la firma que lleva su nombre -propiedad de Estée Lauder desde 1995- de otras marcas: «La gente detrás de los mostradores siempre sonríe».

Sería injusto, no obstante, atribuirle todo el mérito profesional al exquisito trato que dispensa a sus clientes. Bobbi cambió los rostros en tiempos en los que triunfaban los excesos estilísticos y los ´looks´ chillones. Revolucionó la industria de la cosmética. Cuando en los noventa se llevaban los labios muy rojos y las pestañas azules, empezó a hacer unas caras «más frescas y naturales». En momentos en los que la discreción no tenía nada que hacer, dio en la diana al inventar el maquillaje ´nude´ (color carne). Brochazos, sin duda, más realistas. «Siempre tenía problemas para encontrar productos que parecieran naturales y era consciente de que había que hacer algo». La ´nude face´ la convirtió en la favorita de fotógrafos, tops y celebrities.

Obsesionada con ser la mejor

Luego dio con otra fórmula exitosa tras contactar con un químico al que le contó que no le gustaban la textura ni el olor de los pintalabios de la época. «Quería una fórmula que fuera cremosa, pero no excesiva». Patentó la barra de labios que «simulaba el color de los labios de verdad porque nunca encontraba uno que consiguiera una boca natural». Al percatarse de que no a todas las mujeres les seducían los tonos neutros, creó una colección de 10 colores: «El mejor rojo, el mejor naranja, el mejor rosa...». Ser la mejor es algo que le obsesiona desde los comienzos. «Solo lanzo productos en los que creo al cien por cien», confiesa la maquilladora estrella. «No me importa ser la primera en el mercado, pero sí la mejor. Mis cosméticos tienen que hacer lo que prometen y que quien se los ponga se sienta mejor. Cuando miro una cara no quiero ver el maquillaje, sino una piel estupenda y radiante» .

En su exitosa carrera profesional, Brown siempre ha ido de la mano de su marido, con el que lleva casada más de 25 años. «Lo que más deseo en este mundo es estar con Steven, pero como los dos somos muy tercos me he dado cuenta de que no vale la pena discutir», cuenta esta empresaria enemiga de los cánones estéticos más convencionales: «Me niego a aceptar que la única belleza perfecta es la de una ´Barbie´ o supermodelo. Aquellas facciones de las que las mujeres se quejan más son las que yo encuentro más bellas: una nariz aguileña, cejas prominentes, ojos hundidos...». Por eso mantiene a su abuela Nana en un pedestal: «Tenía más arrugas en la cara que un perro Sharpei. Pero a mí me parecía muy guapa porque era una gran persona», sostiene esta mujer que sueña con tener unas piernas muy largas. «Soy tan bajita que me siente donde me siente no me llegan los pies al suelo», bromea.

Fuente: Elcomerciodigital.es

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