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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINAbdomen, bíceps, pectorales... Todo, nuevo y a medida. Cada día, más hombres se someten a intervenciones estéticas. De las 105.000 que se practican cada año en España, más de un 20 por ciento son a varones.
Quince milésimas de segundo. Según un estudio, eso es lo que tardamos en juzgar si una persona nos resulta atractiva. Y el impacto de ese juicio es demoledor. Las personas atractivas no solo encuentran pareja más fácilmente, también consiguen mejores trabajos e incluso reciben un trato menos severo en los tribunales. «Juzgamos y somos juzgados por las apariencias. Y quizá estamos tan obsesionados con nuestro cuerpo porque sabemos lo instintivo y superficial que es ese juicio», explica el fotógrafo Zed Nelson, que ha explorado la industria de la belleza durante cinco años y en 17 países; y ha asistido a la consagración del nuevo target de un mercado global -el de la medicina y la cirugía estética- que factura 160.000 millones de euros al año (1000 solo en España): el hombre.
Los sectores dedicados a esculpir la imagen son inmunes a la crisis. ¿Por qué? Porque el cuerpo se ha convertido en una inversión. «Hemos creado un mundo en el que las recompensas sexuales, psicológicas y económicas por ser guapo son enormes. Pero aún mayor es el castigo por ser feo. O, más bien, por no encajar en el modelo imperante de belleza. Un canon que Occidente ha exportado, que está asociado a la eterna juventud y que se ha convertido una franquicia más», expone Nelson.
Se acude a la clínica con la mentalidad del que va de compras: párpados, nariz, barriga, pecho, glúteos... Es la industria de la transformación del cuerpo. Una industria que antes era elitista y ahora comienza a ser de masas. En los Estados Unidos, el 30 por ciento de los que pasan por el quirófano -tanto hombres como mujeres- tienen ingresos por debajo de los 25.000 euros anuales. Pero es que allí gastan más en belleza que en educación. En Grecia, a pesar de la brutal recesión, uno de cada 80 habitantes se hizo algún retoque en 2011. Y España no es diferente. El número de hombres que se somete a tratamientos estéticos casi se ha cuadruplicado en los últimos cinco años. Y el sector entre ambos sexos mueve unos 6000 millones.
Tener buen aspecto es una ventaja competitiva. «Las relaciones sociales, laborales y familiares se ven facilitadas -asegura el doctor Alberto Morano, de la Sociedad Española de Medicina Estética-. El hombre ya no ve estos tratamientos como algo exclusivo para las mujeres».
Los varones esgrimen tres razones para someterse al bisturí: el miedo a la soledad, al paro y al envejecimiento; tres inseguridades que la industria fomenta. Y han comenzado a sentir la presión por su apariencia física que han tenido durante siglos las mujeres. Así, el número de intervenciones de estética aumentó en el mundo un 13 por ciento el año pasado gracias al tirón masculino. «¡Bienvenidos a nuestra pesadilla, chicos! Ahora ya sabéis lo que significa aguantar que nuestro cuerpo sea objeto del escrutinio y las críticas de todo el mundo... Lo vulnerables que somos», ironiza la columnista Polly Vernon en The Guardian.
En España, el varón que acude a una clínica de estética tiene entre 35 y 55 años y un nivel sociocultural medio-alto. La incorporación ha sido paulatina. Una década de metrosexualidad hizo que el macho ibérico perdiese el repelús a las cremas y lociones. La depilación (ellos prefieren el láser) fue el siguiente paso. Las inyecciones de bótox y ácido hialurónico para rellenar las arrugas se han popularizado. Los microinjertos de pelo para que no asome el ´cartón´ hacen furor. El último tabú era el bisturí. Pero ahora el hombre tiene prisa. Lo quiere todo, lo quiere a la carta y lo quiere ya. Los abdominales, ´tableta de chocolate´; la frente, sin arrugas; el cuello, sin papada...
En nuestro país, la operación más demandada entre el público masculino es la blefaroplastia, con la que se eliminan de una tacada las bolsas de los ojos y las ojeras. La siguen la rinoplastia (nariz) y la corrección de las orejas de soplillo (otoplastia). Librarse de la barriga cervecera es otra obsesión varonil. La liposucción es muy solicitada. Pero otras técnicas menos invasivas, como la Vaser Lipo (liposucción con ultrasonidos), cada vez tienen mayor demanda.
De siempre, el hombre ha sido menos sufrido que la mujer en estas lides (solo hay que comparar decibelios al arrancar una tira depilatoria) y se ha apuntado al carro ahora que muchas técnicas no requieren posoperatorio ni anestesia y que las cicatrices son mínimas. La mujer ha sido conejillo de Indias y el varón se aprovecha ahora de técnicas como el lifting ´vampiro´ o las inyecciones rejuvenecedoras.
Pero también experimenta en propia carne los caprichos de la moda: los pectorales y bíceps de gimnasio fueron lo más durante un tiempo; luego se impuso la delgadez extrema y la cinturita de torero; y ahora, con la crisis, ha vuelto el hombre atlético y capaz, en teoría, de proveer y proteger... No es extraño que las ginecomastias (reducción de mamas, a veces en el caso de exvigoréxicos que dejaron el gimnasio) tengan tanto tirón como los implantes pectorales. Y que ellos no sepan a qué atenerse. ¿El tamaño (les) importa (a ellas)?, se preguntan angustiados. Eso parece, a juzgar por la demanda de alargamientos de pene. Pero también importa la forma: hay operaciones para que el escroto, a cierta edad, no parezca un colgajo... A fin de cuentas, todo se resume en algo muy sencillo: queremos que nos quieran. El problema es que el cuerpo, sujeto a la obsolescencia programada de cualquier bien de consumo, siempre acaba traicionándonos.
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