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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINSegún los expertos, durante las vacaciones de verano solemos coger algunos kilos, pero ¿por qué engordamos en invierno aunque no nos tomemos ni un día libre? Pues parece ser que existen razones biológicas que favorecen el aumento de peso durante los meses más fríos del año.
Es cierto que el mal tiempo invita a pasar más tiempo en casa y las actividades sociales son por lo general más sedentarias, con más reuniones donde se come y se bebe, lo que facilita que se consuman más calorías de la cuenta pero, además, el ser humano tiene una herencia genética que le vuelve más propenso a engordar en invierno.
Esto se debe a que la evolución del hombre como depredador le proporcionó unas características fisiológicas que ahora son innecesarias debido al actual estilo de vida, pero que no han tenido tiempo de modificarse ya que, como explican los paleontólogos, mientras los cambios sociales y culturales han evolucionado de forma exponencial, las mutaciones genéticas necesitan muchos miles de años para producirse, por lo que nuestros genes no han tenido tiempo suficiente para adaptarse.
Es lo que se conoce como retraso genómico, y es un fenómeno que está detrás de patologías como la obesidad y la diabetes. Así, el hombre primitivo poseía altos niveles de azucar en la sangre que le permitían realizar el gasto calórico necesario para cazar, y estos niveles eran todavía más altos en invierno porque el frío requería un mayor gasto de energía.
Ahora tenemos calefacción y no necesitamos realizar una actividad física extenuante para conseguir los alimentos; sin embargo, el organismo sigue demandando azúcar e hidratos de carbono.
Por si fuera poco, la falta de luz solar reduce los niveles de serotonina, una sustancia que influye directamente en el estado de ánimo, y que necesitamos para sentirnos bien. La mala noticia es que los dulces y los carbohidratos aceleran la secreción de serotonina y, por lo tanto, tendemos a consumir este tipo de alimentos.
También la melatonina tiene su parte de responsabilidad en los kilos que ganamos en invierno y que después tanto cuesta quitarse cuando el buen tiempo anima a aligerar el vestuario. Y es que la escasez de luz aumenta el nivel de melatonina en el organismo y tenemos más sueño y menos ganas de movernos.
No podemos hacer nada contra la biología, así que para adelgazar o, al menos, evitar engordar en invierno, hay que modificar el estilo de vida y no caer en la tentación de ingerir dulces y carbohidratos que no necesitamos, además de aumentar la actividad física aunque nos dé pereza.
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